En el proceso educativo, más importante que ofrecer respuestas, el maestro debería guiar al alumno en su capacidad de hacerse preguntas nuevas.

No hay pregunta que, abordada con sinceridad y decisión, no termine siendo fructífera. A medida que el alumno va haciéndose preguntas cada vez más complejas, las investigaciones van a ser más ámplias, las reflexiones más profundas, por lo que para avanzar será preciso prestar mucha atención. Y no hay atención sin interés o provocación, por eso, un buen maestro debe provocar preguntas, y ayudar a los alumnos a que tales interrogantes afloren a la superfície de sus conciencias a fin de que las puedan formular de una manera clara, lo más clara que se pueda. Esto es lo más difícil, formular la pregunta correcta.

Todas las almas de las personas están preñadas de preguntas, unas más grandes, otras más pequeñas. El potencial de hacernos preguntas es de magnitud infinita, como nuestro espíritu. Todas las preguntas son importantes y merecedoras de nuestra atención, como también las hay que parece que sólo nos interesan a nosotros, y esas suelen ser las que encierran nuestro regalo creativo para ofrecer al mundo.

De las infinitas preguntas que nos podemos hacer, hay unas cuantas para nosotros. Con esto no quiero decir que nadie más se las pueda formular, sino que, por nuestras peculiaridades genuinas, el impulso creativo que llevamos dentro quiere manifestarse de una forma en que cada indivíduo es único para hacerlo de aquella manera concreta.

Así pues, ya desde muy temprana edad podemos hacernos preguntas, que nos llevarán a otras preguntas... Todas las grandes personas de la historia de la humanidad han perseverado en sus preguntas y no han claudicado hasta ver la luz nacer del interior de una oscuridad que a veces era casi absoluta. Por tanto, el camino que nos puede ir marcando nuestra capacidad de formular las preguntas que encierra nuestra alma en forma de ansiedad o desasosiego, es un auténtico Camino de Vida lleno de sentido.